lunes, 15 de junio de 2009

Impunidad, impotencia, indignación

Hacía muchísimo tiempo que no sentía tanta bronca como este fin de semana. Siento que hemos llegado a un punto en que uno no es dueño ni de su propia vida, que vivimos en una sociedad donde todos los códigos son violables y no existe castigo para nadie. Acepto que me cuestionen cómo puedo ponerme así y llorar por un simple teléfono, pero va más allá. Me invade la impotencia de sólo pensar que vas a bailar a un boliche de buena reputación y pueda venir un sujeto con total libertad y meterte la mano en la cartera para sacarte el celular, la billetera, la llave de tu casa o lo que fuera, sin que nadie haga ni diga nada. No te queda otra que derramar un par de lágrimas mientras todo el mundo te mira pensando "a esta chiflada qué le pasa" y volverte a tu casa temprano con la noche arruinada y una larga cuenta por pagar por algo que ya no es más de tu propiedad y que jamás vas a recuperar. Realmente me supera, y son esos momentos en los que empiezo a pensar que si yo siento tanta rabia por un aparato de 500 pesos cómo se sentirá la gente a la que le roban el auto o le matan un hijo por un par de zapatillas. Siempre fui de defender a los que menos tienen y de justificar este tipo de acciones considerando la vida de mierda que les tocó a los que roban, pero todo cambia cuando a uno le toca vivir este tipo de experiencias en carne propia. Sé que en un par de días se me pasará la bronca y no me quedará otra que pagar durante cuatro meses una cuenta bastante alta para mis ingresos, pero no puedo dejar de pensar en lo que nos estamos convirtiendo todos y hasta dónde vamos a llegar. Hoy mi deseo más profundo es que exista un Dios y a cada una de las personas que hacen daño algún día les llegue su merecido. Tomenlo como quieran, pero el día que les pase lo van a entender.

sábado, 9 de mayo de 2009

Oda a Luca Prodan (la rubia tarada)

¿Quién no tiene o tuvo alguna vez entre su grupo de amigos a la típica rubita (la mayoría de las veces no de manera natural sino con un touch de agua oxigenada) tonta? Y con la eterna excusa de que “no es mala, sólo es boluda”, todos tienen que padecerla. Pero yo no coincido con esa teoría, he llegado a la conclusión de que muchas veces sí es mala, sólo que tiene el pretexto del poco seso. Para ser más gráfica, hagamos de cuenta que estás tomando sol en la playa con ella. La hueca en cuestión exhibe orgullosa ese lomazo que parte la tierra en dos (su única arma de seducción) mientras vos no sabés en qué posición ponerte para que no se te vean tanto la panza, las estrías y la celulitis. Pero ella, que te quiere un montoooón, trata de convencerte de que sos reee linda y que con esa cara hermosa no te hace falta tener un cuerpazo. Dos minutos después, su filosa lengua destripa a cuanta chica aparece en bikini y que -sabés- está diez veces mejor que vos.La ausencia de materia gris en su cabeza (que tiene más idas a la peluquería que a una tienda de libros) la lleva a querer llamar la atención todo el tiempo. No importa qué tenga que hacer o si su estrategia consiste en hacerte quedar como la loser que no engancha ni la media o la gorda que no consigue jean, el fin justifica los medios.Lo peor que podés hacer es presentarle a tu nuevo novio o al que está a punto de serlo. Da por sentado que él no va a poder dejar de mirarla (cuando no tiene una pollerita de 20 centímetros el escote le llega al pupo), mientras ella le coquetea descaradamente diciendo el clásico discursito que todos tus chicos tienen que escuchar de su boca: mi amiga es una persona espectacular, más te vale que no la hagas sufrir porque te mato, etcétera, etcétera…Me pregunto ¿qué utilidad hay en tener una amiga así? No tenés otro tema de conversación aparte de todos los chicos que están muertos por ella y la ropa que se va a poner el sábado para ir al boliche. Descartá que te puede llegar a hacer pata con el tipo que te gusta, por el contrario, va a tratar de que se enamore de ella sólo para después hacerse la pobre amiga que sufre porque no tiene la culpa de ser tan irresistible.Sí, todos tuvimos esta mala experiencia alguna vez. Propongo una fumigación aérea que haga desaparecer a todas estas –bien bautizadas por el maestro Prodan- “rubias taradas” que se han transformado en una epidemia más dañina que el dengue y la gripe porcina juntos.

sábado, 25 de abril de 2009

Lo que más disfruto

A pedido de mis amigas Gaby y Mariana, publico la lista de las 15 cosas que más me gusta hacer. Aquí van:

1- Despertarme después de una larguísima siesta y no entender que día es, qué hora y dónde estoy.
2- Pasar horas reventando las burbujas de las bolsas de plástico.
3- Llenar la bañera y sumergirme con un buen libro en la mano.
4- Levantar un bebé y que me quede su perfume.
5- Dormirme con alguien acariciándome la cabeza.
6- Abrir mi bandeja de mails y encontrar varios mensajes (no cadenas, mensajes redactados por alguien de carne y hueso).
7- Despertarme sobresaltada pensando en que ya es la hora de levantarme y ver que me confundí y todavía me quedan unas horas más para dormir.
8- Volver cada tanto a la casa de mis viejos y meterme en su cama a ver tele, como cuando era chica.
9- Estar soñando algo gracioso y despertarme a media noche con mi propia carcajada.
10- Pasar las tardes de domingo mirando esas fotos de mi infancia que creía olvidadas.
11- Subir a la balanza y notar que la dieta ha dado mejores resultados que los esperados (creo que ésta debería ir primero en la lista).
12- Saber que a alguien le gustó algo que escribí.
13- Recordar que mis mejores amigos son los mismos que hace 10 años y sentir que los quiero y que me quieren como el primer día.
14- Soñar con mi viejo y despertarme con una sonrisa.
15- Ponerme un pantalón y encontrar plata en el bolsillo.

sábado, 18 de abril de 2009

No soplo una vela más

“Viejos son los trapos”, solía escucharla decir a mi abuela. Pero unos días atrás me acordé de ella; fue cuando experimenté mi primer encuentro cercano con algo que marcará cada uno de mis días, cada vez que me mire al espejo, hasta que me muera: el problema de la edad.
Hace dos semanas cumplí 25 años (o un cuarto de siglo, es lo mismo) y es como si de repente hubiese un cumplido una seguidilla de años juntos que se venían postergando por alguna absurda razón. Ustedes pensarán, “pero 25 añitos no son nada”, y yo tengo algo para retrucarles.
Para empezar, un día antes de ese fatídico 6 de abril de 2009, tuve la brillante idea de ir al supermercado a hacer las compras del mes. Cuando me acerco al mostrador de la carnicería, el antipático ser que atendía me preguntó: “¿Qué va a llevar SEÑORA?”. ¿Quéeeeeeeeeee? ¿Señora? Respiré y traté de mantener la calma mientras mi novio, que al notar mi cara de rabia comenzó a alejarse hacia la góndola siguiente, hacía un esfuerzo sobrehumano por contener la risa. Finalmente me dio el kilo de milanesas que había pedido y concluyó el acto con un antipático “¿Desea algo más, SEÑORA?”. “Sí, si deseo algo más. Deseo que en este preciso instante me dejes de decir SEÑORA”, moría por contestarle, pero una parte positiva de mí (hasta entonces aun estaba) me convenció de tomarlo como algo gracioso.
La cosa empeoró cuando a la noche fui a bañarme y, mientras desafinaba una canción de Miranda bajo la ducha, empecé a notar que un abultado mechón de pelo emigraba de mi cabeza. Salí, me sequé con una toalla y comencé a observar todos los espacios blancos que invadían mi cuero cabelludo. Era lo que me faltaba, quedar pelada.
Al día siguiente pensé “hoy es mi cumpleaños, no me voy a amargar porque se me cae el pelo, mañana averiguo algún tratamiento en la peluquería y listo”. Me vestí para ir a cenar con mis amigas y, cuando me acerqué al espejo para corroborar cómo me quedaba la pollerita, la vida me dio otro cachetazo… várices.
La historia concluye con un fuerte puntazo en muela al morder la torta, alergia por el maldito cambio de estación y un dolor insoportable de pies por haber bailado toda la noche con tacos.
“Los 25 son así, te salen todos los achaques juntos”, me dijo un amigo no sé si intentando consolarme o burlándose de mi. En fin, juro que no vuelvo a soplar a una vela.

viernes, 6 de marzo de 2009

Deja vú

“Está loco, esta mina está hecha mierda de la cabeza”, “Sil, estás re loca”, “¿Nena, nunca te dijeron que estás medio mal del mate?”. Éstas y otras frases similares suelen sonar con tanta frecuencia a mi alrededor que podría decirse que ya estoy familiarizada.
Hoy a la siesta -mientras me revolcaba del dolor de estómago en mi cama- me puse a pensar en las tantas veces que alguien hizo alusión a mi dudosa salud mental y comencé a planteármelo, por primera vez. Fue allí, en ese mar de sábanas arrugadas, donde se me empezaron a venir algunas imágenes a la cabeza. De repente me acordé de una serie de conductas que usualmente adopto cuando me encuentro sola. Por ejemplo: las veces que voy caminando aburrida y me desafío a mí misma a adivinar cuántos pasos necesito dar hasta el próximo arbolito; que tengo por costumbre asociar –casi automáticamente- los números, días de la semana y meses con colores; lo mucho que me gusta mirar a la gente que no conozco en la calle y pensar en cara de qué nombres tienen (he aquí un problema, nunca creí tener cara de Silvia, eso me indigna); y como éstas, varias otras cosas más.
Aún así, me niego a pensar que la situación sea lo suficientemente grave como para replantearme qué tan cuerda estoy. Entonces me pregunto, el no admitir que puedo llegar a estar loca ¿Será el primer indicio de la locura? Acepto sus respuestas honestas y sinceras.

viernes, 20 de febrero de 2009

Preso de su cerebro

Tema del día: la inseguridad. No, con esto no me refiero a que ya no podés ni salir a sacar la basura sin que te aparezca un chorro y te afane hasta los alimentos en descomposición que llevás dentro de la bolsa de nylon. De lo que les quiero hablar es de ese sentimiento insoportable del que hombres, mujeres y homosexuales son a veces poseedores y otras víctimas. Un sentimiento que inevitablemente deriva en una -más que lluvia- tormenta de otras sensaciones igualmente odiosas: celos, baja autoestima y una constante persecución. Si bien el portador de esta inseguridad suele pasar malos ratos, quien realmente lo padece es la persona que está a su lado. Paso a ejemplificar algunas situaciones:
- Por qué te ponés esa pollerita si sólo vas a salir con tus amigas ¿no iban a ser todas mujeres?
- Ah! Ahora te maquillás para ir a trabajar ¿querés presumirle a algún compañerito?
- Dejá de mirar a esos chicos, después no me pidas que te defienda cuando te digan algo (como si quisiéramos eso).
- ¿Desde cuándo hay tantos “chicos” en tu msn?
- ¿Quién te manda mensajitos a esta hora? (10 de la noche)
- Te ayuda con tu trabajo porque te tiene ganas ¿o acaso pensás que lo hace porque es buenito?
Y como estas, hay miles de escenitas más que las pobres víctimas de la inseguridad se tienen que bancar. Seguramente todos ustedes sufren, o alguna vez sufrieron, torturas como éstas. Les propongo que agreguen las que se les ocurra y recen para que éste no forme parte de la larga lista de los defectos de su próxima pareja.

Aclaración: esta nota no habla de nadie en particular, por favor no sea inseguro y deje de perseguirse.

sábado, 14 de febrero de 2009

Llamado a la solidaridad: que alguien mate a Cupido

Tanto rojo da náuseas; un alud de corazones plaga todo lo que mis ojos miran. Cupidos con cara de “yo te clavo, después no te quejes”, rosas, tarjetas… y un ¡noooo! desesperado que resuena en mi mente. Todo lo que la palabra “cursi” pueda englobar se percibe de una manera asquerosa y empalagante un día como este. “Vos porque debes ser una solterona”, me contestó alguien cuando me escuchó vomitar mi ira ante tanto ¿amor? En ese momento no me salió otra respuesta que una carcajada. Pobre infeliz, pensé, llevo tres años de novia el chico más copado que conocí. Y ahí fue, mientras caminaba hacia la parada del colectivo, riéndome todavía, cuando caí en la cuenta de lo que el maldito destino tenía preparado hoy para mí, como una estrategia perfectamente diseñada para tapar mi enorme bocota. Justo este día tenía que caer sábado, cosa que no tengas otra que hacer más que celebrarlo. Yo, sola en mi casa sin otra compañía que la de mi gato, un animal que no se destaca precisamente por ser tierno y adorable. ¿Mis amigos? Bien gracias, los que no trabajan están a cientos de kilómetros o preparando sus exámenes. En medio de mi aburrimiento, y mirando caer la lluvia más romántica del año, acudo a mi compañera más fiel: la compu. Es en ese maldito momento cuando un amigo que vive lejos salta con otra antipática pregunta: ¿Cómo estás pasando San Valentín? Respiro hondo y descubro cuál es el motivo de mi mal humor: “El chico más copado que conocí” está compartiendo un asado con sus amigotes y le espera una larga tarde de cervezas y truco. Hoy más que nunca odio San Valentín, apago la compu, arranco el 14 de febrero de mi almanaque y me voy dormir.