viernes, 6 de marzo de 2009

Deja vú

“Está loco, esta mina está hecha mierda de la cabeza”, “Sil, estás re loca”, “¿Nena, nunca te dijeron que estás medio mal del mate?”. Éstas y otras frases similares suelen sonar con tanta frecuencia a mi alrededor que podría decirse que ya estoy familiarizada.
Hoy a la siesta -mientras me revolcaba del dolor de estómago en mi cama- me puse a pensar en las tantas veces que alguien hizo alusión a mi dudosa salud mental y comencé a planteármelo, por primera vez. Fue allí, en ese mar de sábanas arrugadas, donde se me empezaron a venir algunas imágenes a la cabeza. De repente me acordé de una serie de conductas que usualmente adopto cuando me encuentro sola. Por ejemplo: las veces que voy caminando aburrida y me desafío a mí misma a adivinar cuántos pasos necesito dar hasta el próximo arbolito; que tengo por costumbre asociar –casi automáticamente- los números, días de la semana y meses con colores; lo mucho que me gusta mirar a la gente que no conozco en la calle y pensar en cara de qué nombres tienen (he aquí un problema, nunca creí tener cara de Silvia, eso me indigna); y como éstas, varias otras cosas más.
Aún así, me niego a pensar que la situación sea lo suficientemente grave como para replantearme qué tan cuerda estoy. Entonces me pregunto, el no admitir que puedo llegar a estar loca ¿Será el primer indicio de la locura? Acepto sus respuestas honestas y sinceras.